Las solemnidades de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y de la Natividad de Jesucristo nos recuerdan el carácter sagrado de la vida humana en sus primeros estadios. La liturgia de la Iglesia nos indica en las celebraciones del Misterio Cristiano pautas para la vida diaria. Un ejemplo: Es contradictorio celebrar la Inmaculada Concepción de María y estar a favor de la experimentación con los embriones humanos, o de la fecundación in Vitro, que es una reducción de la procreación humana a la simple producción técnica, producto del mercantilismo. Otro ejemplo: La Navidad, es decir el nacimiento de Jesucristo, supuso que la Virgen María no abortara… a pesar de las dificultades.
La Navidad, el nacimiento del Verbo Encarnado, nos hace mirar al hombre como centro de la Creación, que debe ser respetado en todo su itinerario vital como también recordaba el Papa Francisco en su discurso al Parlamento Europeo: “el ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que -lamentablemente lo percibimos a menudo- cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.
La Navidad, por tanto, nos recuerda que no es el hombre para la economía sino que la economía es para el hombre. Por eso el Santo Padre invitó a los eurodiputados a “construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, a los valores inalienables”; y afirmó que “es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo”, que “no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos”. La Navidad nos recuerda como consecuencia a los desheredados de la tierra. Por eso Francisco dijo en la Eurocámara: “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, y pidió “legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes”.
La Navidad, el nacimiento del Verbo Encarnado, nos hace mirar al hombre como centro de la Creación, que debe ser respetado en todo su itinerario vital como también recordaba el Papa Francisco en su discurso al Parlamento Europeo: “el ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que -lamentablemente lo percibimos a menudo- cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.
La Navidad, por tanto, nos recuerda que no es el hombre para la economía sino que la economía es para el hombre. Por eso el Santo Padre invitó a los eurodiputados a “construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, a los valores inalienables”; y afirmó que “es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo”, que “no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos”. La Navidad nos recuerda como consecuencia a los desheredados de la tierra. Por eso Francisco dijo en la Eurocámara: “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, y pidió “legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes”.